Fantasía VI. Escombro

Hoy el Amo ha citado a su perra en su apartamento. Al llegar, la puerta está entreabierta, aun así llama al timbre.

A lo lejos escucha con eco la orden de su Amo.

-Entra, cierras la puerta y te desnudas. Quédate sólo con el collar.

Cuando la perra entra al piso se queda paralizada. Prácticamente todo el espacio está lleno de escombro y restos de azulejo. De la antigua cocina apenas quedan tres muebles volcados y astillados, amontonados entre los electrodomésticos para llevar a tirar. Paredes y suelos lucen desvergonzados los restos de mortero y ladrillos de los originales tabiques de obra.




Al otro lado de la estancia el Amo la espera sentado en una gran butaca de mimbre, vestido con vaqueros y polo oscuro. Lleva puestas unas fuertes botas militares. A su lado hay un cajón de madera volcado a modo de mesa sobre la que tiene unos guantes de trabajo, un cenicero con un par de cigarros y una lata de cerveza.

La perra comienza a desnudarse sin dejar de mirar el espacio que la separa de su Amo. No hay forma de andar por ahí sin clavarse una arista, piedra o esquirla de ladrillo o azulejo. 

- Amo... 

- Camina hacia donde estoy yo en línea recta. Un pie pegado al otro, como si anduvieses sobre una cuerda invisible.

La perra estira los brazos en cruz, simulando ser una equilibrista. Intenta mantener la neutralidad en la cara. Pero a cada paso se le van clavando las piedras de yeso seco y los filos del ladrillo. Le duele, pero continúa. A los diez pasos comienza a gemir de dolor. 

- Amo... no puedo... 

- Obedece o será peor.. 

La perra va haciendo equilibrios sobre los cachitos de ladrillo y poco a poco avanza sobre aquel suelo infernal. En uno de los pasos se le clava una arista de azulejo y pega un grito de susto.

- No puedo....!

- Está bien, entonces cambiamos. Continúa de rodillas. 

- Amo!!!! No... por favor.

- ¡Pues sigue andando, puta!

La perra comienza a llorar. Paso tras paso va sufriendo el dolor de las piedras. Intenta quitárselas frotándose las plantas de los pies con los gemelos y consigue aliviarse ligeramente. Parece que al Amo no le importa que lo haga.
 
Cuando al fin llega a la butaca se para. Abre ligeramente las piernas y coloca los brazos cruzados en la espalda, mirando al suelo. Éste estira una pierna mostrando la suela de la bota, está blanca y con piedras incrustadas.

- Lame. Las estrené hoy. Quiero volver a verlas como estaban antes de usarlas. 

La perra se agacha muy lentamente, buscando una superficie lisa en la que apoyar las rodillas. Sujeta el tobillo del Amo entre las manos, para que descanse la pierna y va lamiendo la suela del zapato, de vez en cuando, con la uñas, desincrusta alguna piedrecita de las hendiduras de la suela.

Cuando cree que ha terminado el trabajo para de lamer. Nota la boca completamente seca y arenosa. 

- Amo, necesito agua. 

- Claro, puta. 

El Amo se levanta y recoge del suelo, en una montaña de escombro, bajo un gran boquete de la pared, una botella arrugada de plástico vacía. Va al servicio y tira de la cisterna. Con el agua que cae del inodoro rellena la botella y vuelve a sentarse en la butaca. Se lo ofrece a la perra.

Cuando termina de beber le presenta la suela de nuevo. 

- La manchaste.

La perra vuelve a empezar el trabajo. Primero una bota, luego la otra. Al menos esta vez tenía el agua cerca cuando se le secaba la lengua.

El Amo comprueba el estado de las suelas, tras un par de objeciones, que la perra solventa, da por bueno el trabajo. Se termina de un trago lo que queda de la cerveza, la arruga y la lanza sobre el montículo de escombro de donde ha sacado la botella.

- Vete ahí y te tumbas boca abajo. Manos a la nuca y abres las piernas.

La perra se dirige al lugar indicado y se queda parada mirando el montículo. Busca con la mirada un lugar que se pueda tumbar sin morir de dolor en alguna costilla u otra zona frágil. Va tumbándose despacio, evitando aristas o filos cortantes. Aún así, una vez que ha conseguido cumplir la orden nota como se le clavan los escombros por todo el cuerpo.

El Amo se incorpora de su asiento despacio  mientras se deleita viendo luchar a su puta contra los elementos cortantes entre quejidos y resoplidos de desesperación.

Cuando está colocada del todo y pone finalmente las manos en la nuca, la deja así un ratito, para que asimile cada sensación. Sabe que aunque ahora esté sufriendo, más adelante recordará esta situación y se mojará como la perra masoquista que es. Y le pedirá más nivel.

Se coloca a su lado, sin llegar a subir al montoncito de escombro. Levanta el pie y lo posa sobre el culo de la perra, cargando poco a poco su peso sobre ella. La presión hace que se acentúen los pinchazos en la pelvis, justo sonde una piedra asesina le está recordando lo mal que ha elegido tumbándose ahí. Ella grita suplicando.

-Amo...!!! Por favooor!!!!

El Amo se apiada de ella y relaja la presión en el culo, pero vuelve a colocar la bota sobe un muslo, con el mismo resultado. Repite la misma acción recorriendo su cuerpo y presionando con la bota la espalda, los brazos, las manos, la cara.... 

La perra agotada de tanto gritar pide parar... está al límite. Los pechos le arden más que ninguna otra parte, al presionar el Amo en la espalda, nota un dolor punzante muy agudo en un pezón.

- Sabes cuál es la palabra de seguridad. En cuanto la nombres, paro y te marchas a casa.

La perra llora desesperada. No quiere irse a casa. Pero está sufriendo muchísimo. 

El Amo busca por el suelo algo durante un rato, dejándola descansar. Vuelve a los pocos segundos con una piedra de escombro en la mano. Le abre las nalgas y se la coloca lo más cerca que puede del ano, cuidando de que las aristas más vivas se le claven bien en el inicio de los cachetes. Se los cierra presionando. La perra gime.

- Nivel?

- ... Seis, señor.

- No me vale.- Busca una piedra mayor, un fragmento de pared con un cachito incrustado de ladrillo vivo. Lo lanza al aire y lo coge al vuelo apretándolo bien en la mano- Éste va a ser ideal.

Vuelve a abrirle bien las nalgas asegurándose de que el lado vivo da justo en el esfínter anal. Al juntarle de nuevo los dos cachetes la perra gime muy fuerte y resopla nerviosa. Ahora sí le duele de verdad.

- Amo! Nueve....!

- Ves? Ya nos vamos entendiendo.

Alcanza un rollo de cinta de embalar de uno de los muebles volcados de la cocina y con tres trozos, de cadera a cadera, une las dos nalgas bien prietas de la perra, asegurándose de que no se mueve la piedra de dentro. Esta comienza a llorar.

- Siéntate. 

- Amo...!!

-Te siento yo?

- No... no.

La perra entre quejidos y llantos se intenta incorporar sobre los escombros. Consigue a duras penas girarse y apoyar las nalgas, soltando un gruñido intenso de dolor. El Amo sonríe.

- Te quejarás... ¿No decías que necesitabas tu dosis de dolor? Agradéceme que me preocupo por ti. Chupapollas egoísta. 

- No, Amo, no me quejo - Se aparta las lágrimas y los mocos de la cara, consiguiendo embadurnársela más con el yeso y el polvo del ladrillo - Te agradezco que te preocupes por mí. 

- Así mejor... - Se levanta y se va a echar un cigarro al balcón. 

La perra aprovecha la ausencia para colocase mejor y aliviar de alguna manera el sufrimiento... aunque es imposible, a poco que se mueve, la piedra de entre sus nalgas se le clava y le saca un aullido y las de fuera lo hacen en los cachetes, las palmas de las manos y las plantas de los pies. Sólo quiere que pase ese tormento cuanto antes... pero el tiempo pasa lento cuando hay dolor.

Después de unos minutos de martirio el Amo decide cambiar de juego. Le ordena ponerse de pie y subir los brazos. Le ata las muñecas con una cuerda y se las engancha al cáncamo de la lámpara de techo, ahora vacío. Tira de ella hasta que queda colgada y apenas tocan el suelo las puntas de los pies.

Coge del mismo montón de escombro un trozo largo de cable y lo dobla por la mitad.
La azota fuerte con él durante unos minutos, marcándole el cuerpo con largas lineas encarnadas. Ella grita, se retuerce y se gira intentando evitar que el Amo repita el golpe dos veces en el mismo sitio, pero éste adivina la jugada y acaba golpeando hasta cinco veces en cada lugar. 

- Eso por hacer trampa, puta.

Tras el cable, el Amo se va a por una cerveza fresquita a la nevera, que han mantenido enchufada en una esquina durante la obra. A la vuelta, pensativo, se entretiene cogiendo piedras del suelo. Se coloca detrás de ella y le lanza una con toda su fuerza al culo. La perra pega un respingo del susto y grita.

- No te muevas, o te daré sin querer en donde no debo.

El Amo lanza otra un poco mas grande, esta vez le da al muslo. La perra vuelve a gritar.

- Nivel?

- Nueve, Señor.

Bien... vamos a jugar.

El Amo se está divirtiendo como un chiquillo con su puta, marcándole el cuerpo a pedradas. Esta llora y grita con cada una, sobre todo las que atinan en los pechos o en las piernas. Sólo un par se le fueron a donde no debían. Aunque sin daño grave.

Tras el juego de lapidación, el Amo, por fin accede a que la perra tenga su premio. Y la desengancha.

Tras una mamada de las que solo una puta agradecida sabe hacer, el Amo se corre en sus tetas y le hace vestirse de nuevo.

- Ven, princesa, te has portado de diez. 

- Gracias, Amo. Tu también - Y le guiña el ojo, coqueta. 

Ambos se abrazan y se besan. 

-Tienes hambre, puta? Te invito a una hamburguesa.

- Claro, mi Amo. Puedo quitarme ya la piedra del culo?

- No, princesa- Le da un beso en la frente- Yo te diré cuando hacerlo. Lávate la cara y vamos a cenar.













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